MARCOS 12: 29-31 Mar 12:29 Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Mar 12:30 Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Mar 12:31 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
   
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  Observando la Resurrección de Jesucristo
 

Observando la Resurrección de Jesucristo

Uno de los momentos esenciales en la historia de la salvación durante el cual Jesús, pocos días después de haber muerto en la cruz y de haber sido puesto en el sepulcro en la tarde del Viernes Santo, fue levantado corporalmente para iniciar un nuevo orden de vida. Este tremendo acto del poder creador de Dios (Ro 4.24s; 2 Co 4.14; Ef 1.20) no se produjo ante testigos ni es descrito en el Nuevo Testamento (cf. el relato fantástico del Evangelio de Pedro 6–12, Evangelios Apócrifos), pero a lo largo de todo el Nuevo Testamento se proclama como un hecho indubitable (Hch 1.3) o se propone como base innegable de muchas bendiciones actuales y futuras.

Aunque la resurrección de Cristo garantiza la de quienes creen en Él (Resurrección de los muertos), no deja de ser única en su género, ya que es por definición la resurrección del Mesías e Hijo de Dios (Ro 1.4). Aun los milagros de Jesús al volver a la vida a la hija de Jairo (Mc 5.21–43//), al joven de Naín (Lc 7.11–17), a Lázaro (Jn 11.17–44) y a otros (Mt 11.5 //) no se describen estrictamente como «resurrecciones», porque las personas resucitadas volvieron a morir (cf. Hch 9.36–42; 20.7–12; Muerte). En cambio, Jesucristo inició por su resurrección una etapa decisiva y final en la historia humana (Ro 6.9).

 

 

Enseñanza de Jesucristo

El Señor habló a menudo de su sufrimiento y pasión venidera, pero no dejó de incluir la nota de triunfo final. Aun el lenguaje figurado tomado del Antiguo Testamento y del judaísmo posterior (Hijo del Hombre; Siervo de Jehová; Hijo de Dios) implica que Dios a la larga iba a reivindicar públicamente al justo sufriente. Basándose sin duda en pasajes como Isaías 52.13–53.12 y Os 6.2 (en el tercer día nos resucitará), Jesús predijo su propia resurrección (Mc 8.31s; 9.31; 10.33s //; Lc 13.32s) y reivindicación en Gloria (Mt 12.40; Mc 9.1; 10.35–40; 14.62; Lc 22.15–18). Pero los discípulos no comprendieron la predicción (Mc 9.9s; Jn 20.9) porque la doctrina popular colocaba la Resurrección de los muertos al final de los tiempos, junto con el Juicio, y no dentro de la historia.

 

Pruebas Del Hecho Histórico

Con todo, Dios hizo lo inesperado. Después de ser sepultado honorablemente y poco antes del atardecer del viernes, el cuerpo de Jesús permaneció en el sepulcro durante tres días (® Descenso al infierno). Según la costumbre judía de contar como día entero cualquier fracción del mismo, el primer día sería un par de horas del viernes (el sábado comenzaba ca. de las seis de la tarde de nuestro viernes), el segundo día correría desde las seis de la tarde del viernes hasta las seis de la tarde del sábado y el tercer día comprendería las horas restantes hasta el momento, para nosotros desconocido, cuando el Señor salió vivo de la tumba (en todo caso, antes de que llegaran las mujeres a la tumba, en la madrugada del domingo). Esta explicación satisface las demandas aun de la expresión hebraica «después de tres días» (Mt 8.31).

La tumba vacía

Hay muchas pruebas de que Jesús realmente fue sepultado (en la predicación primitiva, Hch 13.29; Ro 6.4; 1 Co 15.4; y en los relatos evangélicos, Mc 15.42–47; Jn 19.38–42) en un sitio reconocible poco después (Mc 15.47) para contrarrestar los rumores de que las mujeres se equivocaron de tumba. Y, por tanto, el hecho de hallar vacía la tumba el domingo (Día del Señor) es de gran valor como prueba; sobre este punto los Evangelios dan testimonio unánime (Mc 16.1–8; Jn 20.1–10). Sobre los nombres y el número de las mujeres que fueron a la tumba hay menos acuerdo, como también respecto a las figuras angelicales que aparecen cerca del lugar donde yacía el cuerpo. Pero tales diferencias se deben a puntos de vista y propósitos divergentes de los evangelistas.

Las mujeres hallaron rodada a un lado la enorme piedra que tapaba la entrada de la tumba y temieron que alguien hubiera robado el cuerpo (Jn 20.2, 15). Lejos de ser resultado imaginario de los fervientes deseos de los cristianos, la tumba vacía sorprendió a todos. La teoría de que los mismos discípulos robaron el cuerpo, sostenida por los judíos en la época de los evangelistas (Mt 28.13ss), es sicológicamente imposible. La mera existencia de tal teoría prueba que los opositores del evangelio no pudieron negar la realidad del sepulcro vacío ni reponer ellos mismos el cadáver. Además, uno de los evangelistas relata que durante el sábado una guardia romana fue apostada en la tumba y esta fue sellada por parte del sanedrín (Mt 27.62–28.15), precaución que hace inverosímil toda hipótesis de un robo (cf. también Jn 20.3–8). El énfasis de los Evangelios, pues, en la tumba vacía indica que los primeros cristianos entendían la resurrección en términos corporales; como judíos, no concebían una resurrección «espiritual» que dejara el cadáver en los lazos de la muerte.

Las apariciones del Resucitado

Todavía más decisivas para la fe de los discípulos fueron las apariciones de Jesucristo, variadas y convincentes. He aquí una lista:

En Judea:

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Probablemente en Galilea:

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Según Lucas, el período de las apariciones duró cuarenta días (Hch 1.3) y terminó con la Ascensión. Pero Pablo afirmó ser también parte de la misma serie de testigos (1 Co 15.8), gracias a la aparición que le fue concedida unos tres años después (Hch 9.3–8; 22.6–11; 26.12–18). En este caso, él fue el único testigo (con posible excepción de Jacobo) que no había creído en Jesucristo antes; generalmente las apariciones no tuvieron el propósito de incitar a la fe, sino el de confirmar la de los que ya eran cristianos.

Los evangelistas se esfuerzan por mostrar que el Cristo resucitado es idéntico al Jesús terrenal, a pesar de las diferencias que embargan al principio los ojos de los discípulos para no reconocerle (Lc 24.16; Jn 21.4). El Señor come y bebe con ellos (Lc 24.41ss; Hch 10.41) y permite que lo palpen (Jn 20.27; cf. Mt 28.9 y Jn 20.17); en su cuerpo aún conservaba las marcas de su pasión (Lc 24.39s; Jn 20.20). Con todo, el Resucitado tiene nuevas condiciones que antes solamente habían sido presagiadas en la Transfiguración (Mc 9.9): Jesús desaparece de la vista de sus discípulos (Lc 24.31) y pasa a través de puertas cerradas (Jn 20.19, 26). Tales condiciones solo podían pertenecer a un Cuerpo «espiritual» (1 Co 15.44) o «glorificado» (cf. 1 Co 15.43; Flp 3.21), tipo del cuerpo que el cristiano recibirá en la resurrección de los justos.

La experiencia del Cristo viviente

Para fundamentar la fe, era más importante la seguridad de que Jesucristo vivía y reinaba en la Iglesia y en el cosmos que un acontecimiento en el pasado. La certeza de que Cristo vive en uno (Gl 2.20) y en su pueblo por el poder de su resurrección (Flp 3.10) y la convicción de las señales de su señorío (Hch 2.33; 3.15s; 4.30, etc. Espíritu Santo) eran parte del testimonio apostólico de la resurrección de Cristo (Hch 4.33). Si bien es cierto que los Testigos oculares eran indispensables en la predicación del evangelio (Hch 1.21s; 10.41; 13.31), la bienaventuranza es aun para quienes no vieron con sus propios ojos (Jn 20.29; cf. 17.20), porque el Espíritu Santo es también «testigo de estas cosas» (Hch 5.32). La fundación y existencia continua de la iglesia de Cristo es, por tanto, una de las pruebas más fehacientes de la realidad de la resurrección (Mt 28.18ss).

 

Significado de La Resurrección

Gran parte de la doctrina del Nuevo Testamento se basa en las implicaciones de la Resurrección. Con base en textos tales como Salmo 110.1 («Jehová dijo a mi Señor: siéntate a mi diestra»), los cristianos primitivos contemplaban la Resurrección como un acto de Creación con el cual Dios Padre puso su sello de aprobación sobre el ministerio de Jesús, y en especial sobre su obra expiatoria (Ro 4.25; 8.34; Heb 2.9, Expiación; Justificación; Redención; Salvación). La conquista del último enemigo, la muerte (1 Co 15.26) fue garantizada con la Resurrección (1 Co 15.54s); por tanto, Jesucristo es declarado Señor, Salvador y Juez victorioso sobre todas las autoridades malignas (1 P 3.21s; cf. Ef 1.21; Flp 2.9ss; Heb 2.5). Esta entronización de Jesucristo tiene grandes implicaciones para los creyentes en Él, ya que Él abrió «el camino nuevo y vivo» de acceso a Dios (Heb 10.20). Vive e imparte su vida a los que se unen a Él por la fe (Jn 14.19s; Ef 2.5s), lo cual es una bendición que tendrá repercusiones en el futuro (Ro 6.8, 13; 1 Co 6.14; Resurrección de los muertos).

A siete discípulos (Jn 21.1–14).
A Jacobo (1 Co 15.7).
A más de quinientos hermanos (1 Co 15.6).
A once apóstoles (Mt 28.16–20; cf. Mc 16.7).
A «los que se habían reunido» (Hch 1.6–9; cf. los «apóstoles» de 1.2; quizás 1 Co 15.7; Lc 24.50s; cf. v. 33).
A once apóstoles (Jn 20.24–29).
A diez apóstoles (Lc 24.36–49; Jn 20.19–23; tal vez = 1 Co 15.5).
A los caminantes de Emaús (Lc 24.13–31).
A Pedro (Lc 24.34; 1 Co 15.5; cf. Mc 16.7).
A María Magdalena (Jn 20.11–18)
A las mujeres (Mt 28.9s).
 
 
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