¡Amén-Amén! - Florida, EE.UU. - A veces nos sentimos fracasados por haber hablado de Dios a alguien, y ver que pasa el tiempo y no cambia de actitud.

- Hola, amigo… ¿Cómo estás? Mira… hoy nos reunimos en casa para orar y pensé que sería bueno contar contigo! – Un silencio interminable, que dura justo el tiempo que nuestro amigo selecciona el pretexto adecuado: - Gracias, pero no puedo ir porque mi automóvil no funciona…

Otras veces será la suegra que vino a casa y no podemos dejarla sola (vaya amor por el enemigo…) Y así desfilarán por el teléfono la muela que duele, el cumpleaños de Tomasito, el velatorio del jefe, y toda la creatividad puesta al servicio de alguien que no tiene necesidad de acercarse al Señor porque, como dice él: “yo creo en Dios, no te preocupes”

La noticia ésta vez me compensó las veces que alguien me cerró el paso cuando iba de camino hacia él: El hijo de un líder de Hamas anuncia su conversión al cristianismo, luego de 8 años desde que alguien le habló de Jesús.

Sus declaraciones muestran a un hombre nuevo, a quien se le ha caído la venda de los ojos y puede ver lo nefasto que fue en su vida el odio a Israel. Ahora es libre.

El Señor vino a dar libertad a los cautivos, de toda cautividad. El odio es el ingrediente principal de las religiones en guerra. Porque al enemigo hay que odiarlo y está allí, donde alguien piensa de otro modo. Esta allí para atar juntos al que odia y al odiado, en una cadena indestructible de generación en generación, como una herencia maldita que dice: odiarás a tu prójimo con todo el alma.

Yousef es libre, al fin. Piensa y siente por si mismo, al fin. Ha cortado con una maldición ancestral, y ahora ya no le teme a la oposición familiar, ni al entorno que lo considerará un desertor, porque sabe quién lo tomó de la mano para saltar los muros. Sabe en Quien ha creído.

Entonces tiene sentido más que nunca aquello de ir y predicar el evangelio a toda criatura. Porque hay cárceles espirituales en todos los países del mundo. En nuestro vecindario, en nuestro hogar, en nuestro trabajo. Hay cadenas invisibles atadas a creencias sin fundamento, a idolatrías inútiles por los siglos de los siglos.

Cada vez que hablamos de Jesús a alguien, hay una promesa de libertad para un cautivo.

Es la opinión personal de Titina Castro
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