MARCOS 12: 29-31 Mar 12:29 Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Mar 12:30 Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Mar 12:31 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
   
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  DIEZ CARACTERÍSTICAS DISTINTIVAS DE LA BÍBLIA
 

DIEZ CARACTERÍSTICAS DISTINTIVAS DE LA BÍBLIA

Por Derek Bigg

Introducción

Desde la ventana de un avión se puede ver de un vistazo todas las características del paisaje que se extiende abajo. La vista panorámica nos brinda la oportunidad de observar cómo se disponen las poblaciones, las carreteras, los ferrocarriles, los ríos, los campos de labranza, etc. Se nos presenta una imagen completa, en la que vemos cada aspecto en un contexto más amplio.

Si nos interesa tener una imagen íntegra de la Biblia, nos ayudará grandemente una vista panorámica de sus características distintivas. Estas forman un conjunto interrelacionado, una combinación única que no se encuentra en ningún otro libro. Se pueden resumir de la siguiente manera: la Biblia es divina, humana, histórica, espiritual, práctica, autointerpretadora, doctrinal, teológica, escatológica y cristocéntrica.

Las diez características no encajan ordenadamente una con otra como las casillas de un tablero de ajedrez. Se asemejan más bien al paisaje que se contempla desde el avión: muchos aspectos entretejidos que nos impresionan simultáneamente, algunos más que otros según lo que se destaque en un momento dado.

Todas las características del paisaje bíblico son importantes. Hay que tener presente cada una de ellas si deseamos usar las Escrituras de una manera equilibrada y consecuente. De lo contrario, será como si intentásemos hacer un gazpacho sin disponer de todos los ingredientes. El producto terminado no tendrá el sabor correcto.

1. La Biblia es divina

La Biblia es nada menos que una revelación divina a la raza humana. Esto se ve en la conocida afirmación del apóstol Pablo en 2 Timoteo 3:16. Una traducción literal de esta afirmación sería: «Toda Escritura es exhalada por Dios». Dios ha hablado; y todo lo que ha dicho se ha puesto por escrito en la Biblia.

¿Cómo sabemos que, al leer la Biblia, escuchamos la voz de Dios? ¿Hemos sido convencidos por la lógica, la ciencia o argumentos filosóficos? No. Lo sabemos porque la Biblia nos ha afectado personalmente; nos ha cambiado. Sabemos por experiencia propia que la Biblia posee un poder extraordinario que se puede atribuir únicamente a Dios mismo. La Biblia describe este poder muy gráficamente. «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos… ¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo…» (Hebreos 4:12, Jeremías 23:29)?

Cuando los judíos oyeron la palabra de Dios en el día de Pentecostés, sus corazones fueron conmovidos. Supieron en seguida que tenían que hacer algo; y lo hicieron. Se arrepintieron y fueron bautizados (Hechos 2:37-41). ¿La Biblia siempre nos afecta tan radicalmente?

El origen divino de la Biblia significa que revela ciertas cosas que no se podrían descubrir por ninguna actividad humana. En particular, contesta las tres preguntas más trascendentales que jamás podrían hacerse: de dónde vinimos, a dónde vamos y por qué estamos en este mundo.

Puesto que la Biblia proviene de Dios mismo, podemos decir confiadamente que es totalmente fidedigna y sin errores de ninguna clase. Por consiguiente, no nos asustan las investigaciones de los hechos relatados en la Biblia mediante estudios en otras esferas, como por ejemplo la historia y la arqueología. Lo que se descubra por estas investigaciones es forzosamente de carácter provisional. Puede ser modificado a la luz de descubrimientos posteriores. La certidumbre absoluta en estos asuntos está fuera de nuestro alcance. La única certidumbre que poseemos está ubicada en la Biblia. La Biblia no cambia.

2. La Biblia es humana

La Biblia es un libro divino; pero es a la vez un producto de la mente humana. Estos dos hechos no son contradictorios sino complementarios. La Palabra de Dios, al igual que el Hijo de Dios, es divina cien por cien y humana cien por cien.

Los autores de los libros bíblicos fueron hombres de su época. Tenían su propia personalidad y sus idiosincrasias. Estaban sujetos a varias influencias que habían moldeado su carácter. Dios no anuló estos factores humanos. Obró por medio de ellos. Cada uno de los autores escribió a su manera. Su humanidad quedó intacta.

La humanidad de la Biblia implica que está sujeta a las reglas normales de interpretación, aquéllas que se aplican a toda literatura. No leemos poesía como si fuese historia. De igual modo, no leemos los salmos como si fuesen pasajes narrativos de las Escrituras. Hace falta un enfoque diferente. Los distintos tipos de literatura que se encuentran en la Biblia dan lugar lógicamente a distintos estilos de escribir.

Podemos esperar una gran diversidad. El estilo de las leyes y ordenanzas del Pentateuco es muy prosaico. En cambio, el estilo de las visiones de Daniel y Ezequiel, y de Juan en Apocalipsis, es más extravagante. Estos libros contienen mucho lenguaje figurado y simbolismo gráfico. Por supuesto, los dos estilos no se pueden tratar del mismo modo. Se han de interpretar según las características que son propias de ellos.

A veces, especialmente en los evangelios, encontramos dos o tres pasajes paralelos que son esencialmente iguales pero varían en ciertos detalles. Estas variaciones no evidencian discrepancias o errores. Son simplemente unas expresiones más de lo humana que es la Biblia.

A modo de ilustración, dos o tres personas que presencian el mismo accidente de circulación lo describen a su manera, desde su punto de vista. Los hechos básicos concuerdan, pero cada individuo pone el énfasis en distintos aspectos. Ocurre lo mismo en d caso de los autores bíblicos.

El enfoque que se dé en estas circunstancias puede depender en parte del objetivo del autor, otro factor humano. Los libros de Reyes y Crónicas tienen mucho en común. Pero hay diferencias; y estas diferencias se explican principalmente por las intenciones respectivas de los autores.

Es Dios quien habla en la Biblia. Este es el hecho fundamental. Pero no olvidemos que habla por el vehículo de la personalidad humana. Si queremos comprender lo que Dios ha dicho, tendremos en cuenta los aspectos humanos, puesto que éstos descubren con frecuencia el significado del texto bíblico.

3. La Biblia es histórica

La Biblia, a diferencia de la literatura sagrada de otras religiones, se interesa grandemente por la historia. Es un libro histórico en dos sentidos.
Primero, toda parte de la Biblia fue escrita en un contexto histórico específico. Por consiguiente, hemos de tener presente tal contexto si deseamos entender plenamente lo que leemos. El trasfondo histórico es siempre importante. En segundo lugar, la historia es lo que, a nivel humano, le presta coherencia a la Biblia y la sostiene. Es, por así decirlo, la espina dorsal de las Escrituras. Pensemos en estos dos aspectos.

El trasfondo histórico de la Biblia tiene varias dimensiones. Incluye vertientes geográficas y culturales. Arroja luz sobre el contenido de la Palabra de Dios. Pondremos dos ejemplos, uno del Antiguo Testamento y otro del Nuevo Testamento.

La historia cultural del Próximo Oriente nos ayuda a comprender el lugar y el significado de los Diez Mandamientos. Según la Biblia, los Diez Mandamientos formaban una parte fundamental del pacto entre Dios e Israel (Éxodo 34:28, Deuteronomio 4:13, 9:9-11). Este pacto puede compararse con pactos similares que se hicieron en la antigüedad entre reyes conquistadores y las naciones que habían subyugado.

Aquellos pactos solían incluir un preámbulo, una descripción de las circunstancias históricas del pacto, las condiciones impuestas por el conquistador, y las bendiciones o maldiciones que sobrevendrían como consecuencia de obediencia o desobediencia por parte de los subyugados. Los Diez Mandamientos (Éxodo 20:1-17) manifiestan el mismo estilo.

El preámbulo (v. 2a) identifica al autor del pacto: «Yo soy Jehová tu Dios.» Sigue una afirmación de las circunstancias históricas (v. 2b): Dios había redimido a Israel. Por tanto, Dios tiene el derecho de estipular las condiciones del pacto. Estas condiciones (vv. 3-17) se expresan como obligaciones que se imponen a Israel, acompañadas de bendiciones (vv. 6, 12b) y maldiciones (vv. 5b, 7b). Obsérvese de paso que el libro de Deuteronomio tiene una estructura semejante, con su prólogo histórico (1-3), sus condiciones (4-26) y sus bendiciones y maldiciones (28).
¿Por qué los Diez Mandamientos se escribieron en dos tablas? ¿Se dividieron en dos partes? No. Todos ellos fueron escritos en ambas tablas: una para Dios, otra para Israel. De esta forma las dos partes podían recordarse en todo momento el contenido del pacto.

Por supuesto, este pacto era único. Se hizo entre el Dios viviente y su pueblo especial. En este sentido era incomparable. Pero Dios, en su sabiduría, hizo que tuviese raíces en las costumbres contemporáneas. El pacto no estaba en un vado cultural. Por tanto, los israelitas lo entendían perfectamente. Asimismo, nosotros lo entendemos mejor a la luz de su fondo histórico.

El ejemplo neotestamentario se encuentra en el mensaje de Cristo a la iglesia de Laodicea (Apocalipsis 3:15-16): «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca».

Estas palabras nos plantean un problema. Por lo visto, Cristo prefiere que la iglesia sea fría antes que tibia. ¿Cómo puede ser? ¿No son intolerables los dos estados?

Hay que buscar la solución en el trasfondo histórico. No muy lejos de Laodicea se hallaba Hierápolis. Este pueblo tenía manantiales de agua caliente. En otra dirección, también a poca distancia, estaba situado Colosas. Este pueblo gozaba de aguas puras y frías. Tanto el agua caliente como la fría tenían efectos beneficiosos. Pero en ambos casos el agua se ponía tibia y desagradable al ser transportada desde su fuente hasta Laodicea.

Las obras de la iglesia de Laodicea no se asemejaban ni al agua de Hierápolis ni a la de Colosas. No sanaban a los espiritualmente enfermos. Tampoco refrescaban a los espiritualmente fatigados. A causa de sus obras tibias y repugnantes, Cristo iba a vomitar a la iglesia de su boca.

¿Qué diremos del segundo factor, la historia como espina dorsal de la Biblia? Lo crucial es que Dios se ha revelado de modo especial por la sucesión de vértebras en esta espina que constituyen los sucesos históricos relatados en las Escrituras. Las vértebras principales son: la creación, la caída, el pacto hecho con Abraham, el éxodo, el pacto mosaico, y la muerte y resurrección de Jesús. Dios habla por medio de estos sucesos históricos y muchos otros.

Un indicio de que los judíos creían que Dios habla por la historia se pone de manifiesto en el título que llevaban en la Biblia hebrea los libros históricos de Josué, Jueces, Samuel y Reyes. Se llamaban colectivamente «los primeros profetas». Así se distinguían de «los profetas posteriores»: Isaías, Jeremías, Ezequiel y los profetas menores.

En el fondo no había diferencia alguna entre los profetas primeros y los posteriores. En ambos casos, Dios estaba hablando. Eran distintos únicamente en su forma de hablar. Los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes contienen en efecto una serie de mensajes proféticos, relatos llenos de enseñanzas espirituales y prácticas. Historia y profecía están entrelazadas.

Las verdades básicas acerca de nuestra salvación están arraigadas en acontecimientos históricos. ¿Sería posible entender la doctrina de la salvación en el Antiguo Testamento si la Biblia no contuviese la relación del éxodo de Egipto? A decir verdad, ni siquiera habría tal doctrina a falta de esta relación. Historia y doctrina se funden de tal forma que ninguna se entiende sin la otra.

Huelga decir que no existiría ninguna doctrina neotestamentaria de la salvación si no fuera por los hechos históricos tocantes a Cristo: su nacimiento, su vida terrenal, su muerte, su resurrección.

4. La Biblia es espiritual

Desde el punto de vista cultural, la Biblia es una obra magnífica de literatura. Desde el punto de vista del historiador, es una fuente primordial de información sobre el pasado. Pero ninguna de estas descripciones va al grano. Ninguna se concentra en lo esencial. ¿Qué es la Biblia en su esencia?

La Biblia es fundamentalmente un libro espiritual con un mensaje espiritual Si este hecho se nos escapa, lo perderemos todo, no solamente en esta vida sino eternamente.

El propósito supremo de la Biblia es el de revelar el carácter de Dios y su actuación en la historia en beneficio de la raza humana. También pone de manifiesto cómo nosotros hemos de responder a esta revelación.

Ampliando un poco, las Escrituras nos demuestran el poder, la santidad y el amor de Dios. Nos explican cómo este Dios tomó la iniciativa enviando a su Hijo único para salvar a los pecadores. Hacen hincapié en la necesidad por nuestra parte del arrepentimiento, de la fe y de la obediencia para con Dios.

Estos objetivos espirituales determinan el contenido y los énfasis principales de la Biblia. Las Escrituras no incluyen muchas cosas que el historiador secular consideraría importantes, porque no tienen importancia desde el punto de vista espiritual.

Una vez aceptada la naturaleza espiritual de la Biblia, entendemos que forzosamente va a ser selectiva en cuanto a su contenido. Todo lo que dice se dirige hacia fines netamente espirituales.

¿Por qué los cuatro evangelios dedican tanto espacio a la última semana de la vida de Jesús? Porque el mensaje espiritual de la Biblia llega a su clímax allí. Todo lo que leemos en las Escrituras conduce a este punto culminante o se remonta al mismo.

Una de las características más notables del evangelio de Juan es el uso de la palabra «señal» para describir los milagros de Jesús. En las bodas de Caná, Jesús convirtió agua en vino. En Capernaum, sanó al hijo de un noble. Dos milagros. Para Juan, fueron «este principio de señales» y «esta segunda señal» (Juan 2:1-11, 4:43-54; ver también 6:26).

¿Por qué se emplea tal lenguaje? Porque todo milagro era como un letrero que comunicaba un mensaje espiritual A la luz de la transformación del agua en vino, Juan hace el comentario revelador «y manifestó su gloria». Todos los milagros del Señor tenían la finalidad espiritual de descubrir su gloria.

Juan deja claro el propósito de su libro: «Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Juan 20:30-31). No podía haber un propósito espiritual más alto que éste.

Dado que la Biblia es un libro espiritual, ¿cuál debe ser nuestra motivación cuando la leemos? ¿No hemos de ser motivados por deseos espirituales? Un libro espiritual requiere una actitud espiritual. Pero a veces somos culpables de móviles que no se pueden calificar de espirituales.

Es posible leer las Escrituras simplemente para cumplir con un deber y tranquilizar la conciencia; o para dar satisfacción a los líderes de la iglesia; o para impresionar a otras personas por nuestros conocimientos bíblicos; o para apoyar una idea preconcebida; o para buscar un instrumento de ataque que demuela la interpretación de otro hermano.

¿Hace falta señalar que la Biblia no nos fue dada para estos fines? Hemos de leerla y estudiarla para que sintamos su impacto espiritual y vivamos en consecuencia.

5. La Biblia es práctica

La Biblia es un libro práctico en dos sentidos. Primero, aborda el problema más grave del hombre, el problema del pecado. No hay nada más práctico que esto, porque el solucionar este problema abre perspectivas para resolver otros problemas humanos.

Nuestros problemas no son en el fondo ni políticos, ni sociales, ni económicos. Son espirituales. Nacen dentro de la personalidad humana. Como dijo una vez Jesús: «de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lasciva, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez» (Marcos 7:21-22).

Estos males no se van a erradicar por la educación, la ciencia o la tecnología. Tampoco encontraremos soluciones permanentes por programas sociales o decisiones políticas que cambien nuestras circunstancias.

Ya al principio, en el huerto del Edén, el hombre vivía en un medio ambiente ideal. No obstante pecó. Su corazón le impulsó a sucumbir a la tentación. Desde entonces, el corazón humano se ha inclinado hacia el mal.
La Biblia, con su realismo incomparable, dice que el corazón es engañoso y perverso Jeremías 17:9). Reconoce que necesitamos un corazón nuevo (Ezequiel 36:26). Quien tiene nuevo corazón es una nueva criatura (2 Corintios 5:17). Goza de una vida nueva, en la que sus actitudes se han revolucionado. No llega de repente a la perfección. Pero desea y busca lo bueno. Aborrece el conflicto y las relaciones rotas. Se afana por conseguir la reconciliación.

Para un mundo turbulento, este es un mensaje sumamente práctico. Además, está al alcance de todos, puesto que la Biblia lo comunica en lenguaje corriente y sencillo. Semejante mensaje no se tiene que desenmarañar por eruditos, sacerdotes o teólogos profesionales. Queda claro y accesible a la mente humana. El hombre de la calle lo comprende.

La claridad y la accesibilidad del mensaje central de las Escrituras se consideraban por los Reformadores del siglo XVI como baluarte del cristianismo auténtico. Uno de ellos, William Tyndale, demostró que estaba dispuesto a morir por tal convicción. Fue perseguido por estar traduciendo la Biblia al inglés —para que el pueblo la leyese— y en 1536 murió en la hoguera.

En resumen, la Biblia es práctica porque trata el problema básico del pecado de una manera abierta y sencilla. Esto es lo primordial. Pero es práctica igualmente en el sentido de que afronta las cuestiones reales de la vida – aquellas cuestiones que nos preocupan a todos. Pensemos brevemente en este segundo aspecto.

¿Deseamos paz? La única paz duradera se encuentra en Cristo (Efesios 2:14). ¿Deseamos seguridad? Si somos de Cristo, tenemos la seguridad de vida eterna y no pereceremos jamás (Juan 10:28). ¿Deseamos libertad? Escuchando a Cristo, conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres (Juan 8:31-32).

¿Sentimos ansiedad? Nuestro Padre celestial sabe qué necesitamos y proveerá (Mt. 6:25-34). ¿Estamos sufriendo? Las aflicciones de hoy no se pueden comparar con la gloria venidera (Romanos 8:18). ¿Tememos la muerte? Cristo nos ha librado de este temor destruyendo al que tenía el imperio de la muerte, al diablo (Hebreos 2:14-15).

La Biblia, desde luego, dice mucho más sobre todos estos temas. Asimismo dice algo relevante sobre otros temas prácticos: amor, disciplina, relaciones personales, guerra, matrimonio, dinero… Se podría extender la lista.

Las enseñanzas prácticas que contienen las Escrituras van acompañadas de ilustraciones concretas. Estas se presentan en forma de situaciones humanas vividas por individuos como nosotros. En la Biblia nos encontramos no con personajes plásticos sino con hombres y mujeres de carne y hueso, que estaban sujetos a «pasiones semejantes a las nuestras» (Santiago 5:17). Podemos por tanto identificarnos plenamente con ellos y aprender lo que ellos aprendieron.

¿Hay en alguna parte un libro tan práctico como la Biblia? No; y tampoco lo habrá jamás.

6. La Biblia es autointerpretativa

Alguien ha dicho que, si permitimos que la Biblia hable por sí misma, veremos que su mejor intérprete es su propio texto. ¡La Biblia se interpreta a sí misma!

La Biblia es como un rompecabezas enorme. Cada trozo tiene sentido en el contexto del conjunto. Al creyente le toca descubrir cómo los diversos trozos encajan unos con otros. No se puede excluir ninguno de ellos, puesto que de lo contrario la imagen no sería completa.

Si abrimos una novela policíaca en la página 150 y leemos que el traje de Felipe estaba manchado de sangre, hay que buscar el significado de este hecho dentro de la novela misma. Siendo el producto de una sola mente, la novela posee unidad orgánica. Cada frase y cada capítulo ocupa un lugar único y se entiende a la luz de todo lo que precede y todo lo que sigue.

Así es en cuanto a la Biblia. Cada parte —sea una sola frase, sea una sección entera —se tiene que interpretar con referencia a otras partes. Esto subraya la importancia de comparar un texto dado con otros a fin de llegar a interpretaciones bien equilibradas.

Al considerar el tema extenso de la tierra prometida, vemos que tiene en las Escrituras tres rasgos. Son distintos pero complementarios. Si creemos que la Biblia es autointerpretativa y queremos evitar patinazos, hemos de tener en cuenta los tres rasgos. ¿Cuáles son?

Primero, Dios prometió a Abraham darle a él y a sus descendientes la tierra en la que vivía (Génesis 12:7, 13:14-17, 15:7, 18-21, 17:8). Estos pasajes hacen pensar que Abraham y sus descendientes físicos iban a poseer para siempre el «título de propiedad» de aquel territorio que después vino a llamarse Israel.

En segundo lugar, y pese a lo prometido en el libro de Génesis, Dios dijo a los descendientes de Abraham: «la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo… Guardad, pues, vosotros mis estatutos y mis ordenanzas, y no hagáis ninguna de estas abominaciones… no sea que la tierra os vomite por haberla contaminado, como vomitó a la nación que la habitó antes de vosotros» (Levítico 25:23, 18:26, 28). ¡Lenguaje fuerte! Indica, sin dejar lugar a dudas, que existía la posibilidad de que se expulsasen los inquilinos de la tierra de Dios.

En tercer lugar, el Nuevo Testamento nos enseña de qué manera Abraham mismo (así como Isaac y Jacob) interpretó y aplicó la promesa divina. Reconoció que «habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena»; y por tanto anhelaba «una mejor, esto es, celestial» (Hebreos 11:9,16). A fin de cuentas, la tierra física no tenía mucha importancia a los ojos de Abraham. Seguramente le habría sorprendido ver cuán importante es para tantos creyentes del siglo XX.

De alguna manera, hemos de dar cabida a todos estos trozos del rompecabezas, y otros muchos tocante al mismo tema. No tenemos el derecho de omitir ninguno de los textos relevantes. Reunir todos los datos y colocarlos correctamente es un trabajo considerable. Pero no hay más remedio si deseamos llegar a conclusiones acertadas.

No existen atajos en esta disciplina. Sí, es una disciplina. El fundamento para ella, que con frecuencia se pasa por alto, es simplemente la lectura continua de la Biblia, preferentemente en grandes secciones, inclusive aquellas partes que nos parecen poco atractivas. De esta forma la absorberemos en nuestra comente sanguínea. Poco a poco los trozos encontrarán su debido lugar.

En este proceso puede ser que nos sintamos obligados a modificar o cambiar por completo nuestras interpretaciones anteriores. ¿Estamos dispuestos a hacerlo? ¿Poseemos la humildad suficiente para ello?

7. La Biblia es doctrinal

En este apartado hablaremos brevemente de aquella disciplina que comúnmente se llama Teología Sistemática. Por medio de esta disciplina se construye un cuerpo de enseñanzas que expresa ordenadamente lo enseñado en la Biblia acerca de las doctrinas fundamentales de la fe cristiana.

Imaginémonos un supermercado en el que los comestibles están esparcidos sin orden en todas partes. Si pienso comprar un surtido de quesos, tendré que buscarlos en varios sitios. Habrá tal vez un género de queso junto a frutas, otro al lado de embutidos, o de pan, chocolate, bebidas, pescado, mantequilla, sopas… Necesitaré mucha paciencia para encontrar todos los quesos que deseo.

Hace falta semejante búsqueda si queremos informarnos plenamente sobre las enseñanzas doctrinales de la Biblia. Estas enseñanzas están del todo entremezcladas, hallándose distintos aspectos de ellas en diversas partes de las Escrituras. Una vez reunidas y puestas en orden, se asemejarán a lo dispuesto en un supermercado normal.

Cada parte de la Biblia enseña doctrina, o explícita o implícitamente. El conocimiento amplio de aquellos pasajes que son explícitamente doctrinales, especialmente los que están en las cartas del Nuevo Testamento, nos ayudará a discernir la doctrina que está bajo la superficie de otros pasajes.

La soberanía de Dios se enseña explícitamente en diversos lugares, por ejemplo Salmo 135:6, Efesios 1:11. Armados de esta enseñanza, estamos en condiciones para ver esta misma doctrina en la historia de Nabal (1 Samuel 25), en Job 1-2, en el libro de Ester, y en un sinfín de otras porciones de la Biblia.

Hay que reconocer que la doctrina cristiana tiene muchas facetas y que resulta a veces paradójica. Abarca elementos que parecen ser incompatibles. Nos cuesta comprender cómo estos elementos pueden coexistir dentro del mismo sistema doctrinal. ¿Cómo se puede resolver esta dificultad?

Piensa en un lápiz. Mirarlo de lado es una cosa; mirarlo de punta es otra cosa. Pero es el mismo lápiz. Todo depende del ángulo de visión. Así es en cuanto a ciertas doctrinas.

La Biblia enseña, por ejemplo, tanto la doctrina de la soberanía divina como la doctrina de la responsabilidad humana. Ambas son a primera vista contradictorias. Pero el lápiz dice que no.

Consideremos el caso de Faraón durante las diez plagas de Egipto. Es correcto decir, desde el punto de vista de la responsabilidad humana, que Faraón endureció su corazón (Éxodo 8:15, 32). Desde el punto de vista de la soberanía divina, hay que afirmar que fue Dios quien endureció su corazón (Éxodo 9:12, 10:20). La verdad consiste en los dos aspectos, mantenidos en equilibrio.

El apóstol Pablo exhorta a los filipenses: «ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Filipenses 2:12-13). ¡Hacedlo vosotros, pero Dios lo hace!

¿Es una contradicción? No. La doctrina de la santificación tiene básicamente dos dimensiones: la humana y la divina. A la luz de la ilustración del lápiz, vemos que se comunican simultáneamente dos mensajes: nos toca a nosotros demostrar por nuestra conducta la realidad de nuestra salvación, y es Dios quien nos da el poder espiritual para lograrlo.

Cambiando de símil, la doctrina no es solamente como un lápiz sino también como una naranja. Una naranja tiene muchos segmentos. Cada uno de ellos está relacionado con todos los demás puesto que forman una unidad orgánica.

Del mismo modo, existe una relación muy estrecha entre los distintos aspectos de la doctrina cristiana dentro de la unidad orgánica de las Escrituras. Todos los aspectos son importantes; todos son necesarios, para que la «naranja doctrinal» sea completa.

No se puede concebir una naranja en la que falten dos o tres segmentos; tampoco una naranja que contenga unos segmentos más jugosos que otros. Pero ¿somos culpables de proponer una doctrina que tiene semejantes características? ¿Tratamos la doctrina como si fuese, por así decirlo, una naranja defectuosa?

Vamos al grano. ¿Hay segmentos de doctrina que omitimos en la práctica? ¿Hay segmentos que menospreciamos porque nos parecen poco jugosos, poco atractivos? La Biblia contiene tanto la doctrina del infierno como la doctrina del cielo.

Enseña tanto la ira como el amor de Dios. No cabe un enfoque selectivo. Hemos de conceder igual importancia a todos los segmentos de doctrina cristiana.

Los segmentos de la naranja forman un conjunto integrado en una misma fruta. Están perfectamente unidos, y se apoyan unos a otros. Asimismo las doctrinas de la Biblia constituyen un conjunto armonioso e irrompible, y se refuerzan mutuamente. Este hecho nos plantea cuestiones significativas en cuanto al estancamiento de nuestros sistemas doctrinales.

¿Cuál es nuestra doctrina del bautismo? ¿Choca con la doctrina bíblica del pecado? ¿Hemos abrazado una doctrina de la iglesia que no cuadra con la doctrina de la regeneración? ¿Nuestra doctrina del cielo es compatible con la doctrina de la salvación que enseñan las Escrituras? ¡Estemos seguros de que nuestra «naranja doctrinal» no incorpora segmentos de limón! Toda doctrina debe reflejar la perfección intachable de la revelación divina. Sí, hay paradojas en esta revelación. Pero no contiene ni errores ni conflictos doctrinales.

8. La Biblia es teológica

Hemos dicho que la Biblia es doctrinal. Ahora afirmamos que es también teológica. ¿Nos estamos repitiendo? No. Hacemos esta distinción para llamar la atención a dos clases de teología. En el apartado anterior hemos tratado de la Teología Sistemática. Ahora nos toca pensar en lo que por lo común se denomina Teología Bíblica.

Por supuesto que toda teología debe ser bíblica. Pero la frase «Teología Bíblica» es un término técnico que tiene que ver con la estructura de la Biblia en su conjunto. Dicho de otra manera, este ramo de la teología nos provee de un marco grande dentro del cual se entienden mejor todos los detalles del texto bíblico.

La Teología Sistemática y la Teología Bíblica son disciplinas complementarias. Hacen falta las dos. Sin embargo, el énfasis suele recaer casi exclusivamente en la primera. A decir verdad, la Teología Bíblica apenas figura en el pensamiento evangélico de hoy.

Por este motivo, la Sección III de este estudio se dedicará principalmente a una explicación de esta disciplina bajo el título «Un marco teológico para la Biblia». Nos limitaremos aquí a una breve introducción al tema. El próximo apartado —«La Biblia es escatológica»— contendrá igualmente unos cuantos elementos de Teología Bíblica.

Si un arquitecto traza un plano para un colegio o un hospital o un hogar de ancianos, considera cuidadosamente el propósito del edificio y lo diseña como corresponde. El constructor sigue luego el plano.

Teológicamente hablando, Dios es tanto arquitecto como constructor. Su gran propósito es crear un pueblo especial, un edificio espiritual que consiste en «piedras vivas» (1 Corintios 3:9, Efesios 2:21-22, 1 Pedro 2:5). Con arreglo a ese propósito, Dios preparó un plan en la eternidad y ha venido realizándolo a lo largo de la historia. La teología saca a luz los rasgos distintivos de este plan y nos enseña cómo se relacionan las diversas partes del mismo.

El propósito central de Dios se puede resumir en una sola frase: «Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.» Este es un hilo que se observa en toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis (Génesis 17:7-8, Apocalipsis 21:3). Es un hilo teológico que de vez en cuando se expresa por palabras explícitas (por ejemplo Jeremías 32:38, 2 Corintios 6:16). Pero se ve con más frecuencia en sucesos históricos. Pongamos una ilustración.

Cuando Rebeca, mujer de Isaac, se dio cuenta de que esperaba gemelos, Dios le explicó que representaban dos pueblos y que uno de ellos predominaría sobre el otro (Génesis 25:21-26). Fue una etapa crucial en la creación por parte de Dios de un pueblo especial. Jacob, no Esaú, había de ser el instrumento por el cual el propósito central de Dios se llevaría a cabo. A pesar de que Esaú conspiró con su padre para frustrar ese propósito, Dios contrarrestó sus intenciones y Jacob recibió la bendición de Isaac (Génesis 27:1-29).

Siglos después, el profeta Malaquías reconoció que Dios había obrado soberanamente en las vidas de Esaú y Jacob (Malaquías 1:1-3). Y al cabo de otros quinientos años, el apóstol Pablo escribió en términos similares acerca del cumplimiento del propósito divino mediante la elección de Jacob (Romanos 9:10-13).

La liberación de los israelitas de Egipto fue un acontecimiento de gran significado teológico. Fijémonos en dos puntos. Primero, la promesa divina de redención se dio junto con una reiteración del propósito central de Dios: «os redimiré con brazo extendido… y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios» (Éxodo 6:6-7). Segundo, la redención se describe como un éxodo: «yo os sacaré…» (Éxodo 6:6).

Concusión: redención y éxodo son teológicamente casi sinónimos, y están estrechamente relacionados con el adelantamiento del plan divino de crear un pueblo especial.

El éxodo estableció un modelo que se iba a repetir más de una vez. Desde tiempos de Moisés en adelante, los temas entrelazados de redención, éxodo y pueblo especial forman parte integrante del tejido de las Escrituras. Teológicamente, constituyen h base de la narrativa bíblica. Históricamente, se observan con la mayor claridad en tres sucesos. El primero de éstos fue la liberación de Egipto. El segundo y el tercero fueron el regreso del exilio babilónico y la muerte de Cristo.

Las imágenes usadas por Isaías demuestran que el profeta consideraba el regreso del exilio como un nuevo éxodo (Isaías 40:3, 43:16-21, 48:20-21, 51:9-11). Fue un acto redentor. No obstante, se deja claro en otras partes de Isaías que pocas personas volverían a la tierra prometida y que el pueblo de Dios vendría a ser un pequeño remanente fiel (Isaías 7:3, 10:20-23, 37:4, 31-32; ver también Romanos 9:27-29).

¿Por qué sucedió así? Porque, pese al nuevo comienzo después del cautiverio babilónico, el problema básico del pecado no se había solucionado. El segundo éxodo no había cambiado los corazones del pueblo. Existía todavía un espíritu rebelde. Los de corazón arrepentido —el remanente— eran pocos.

A la luz de estos antecedentes vemos que el propósito central de Dios no podía realizarse en la nación de Israel como tal. De acuerdo con la representación de Dios en la profecía de Isaías como el tres veces Santo, el propósito divino había de ser avanzado por la minoría piadosa dentro de la nación y por sus sucesores espirituales.

Las primeras páginas del Nuevo Testamento nos presentan algunos de estos sucesores: José y María, Zacarías y Elisabet, Simeón y Ana (Mateo 1:18-25, Lucas 1:5-2:38). Eran hombres y mujeres verdaderamente piadosos, de fe auténtica. Pero no eran perfectos. Necesitaban, al igual que todos los demás, el perdón de sus pecados. Hacía falta otro éxodo, un éxodo espiritual que resolvería de una vez y para siempre el problema del pecado.

Ese éxodo espiritual se llevó a cabo con ocasión del viaje que Jesús emprendió en la cruz (Lucas 9:31; el texto griego dice literalmente «éxodo»). Mediante su «éxodo», Cristo «se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio» (Tito 2:14). Fue el acto final y completo de redención.

Por Moisés, Dios triunfó sobre los egipcios. Por Cristo, Dios triunfó sobre el pecado, una liberación espiritual que cumplió todo lo prefigurado en liberaciones físicas anteriores. Como consecuencia de esa liberación espiritual, todos los redimidos —los que a lo largo de la historia han sido rescatados de la esclavitud espiritual— cantarán un día el cántico de Moisés y el cántico del Cordero (Éxodo 15:1-18, Apocalipsis 15:3-4).

9. La Biblia es escatológica

La Biblia es escatológica en el sentido de que siempre está mirando hacia la culminación de los propósitos divinos. Pasa por varias etapas desde la creación del universo hasta su meta y clímax en el cielo nuevo y la tierra nueva.

Podríamos comparar la Biblia con un roble. Un roble se origina en una bellota y crece paulatinamente hasta la madurez. De igual modo, la Biblia «crece» poco a poco a partir de sus raíces en el libro de Génesis y llega finalmente al esplendor majestuoso de Apocalipsis. Su crecimiento es tanto histórico como teológico, estando del todo entretejidos estos dos aspectos. No se puede separar la historia bíblica de la teología.

El tronco del árbol bíblico es el reino de Dios. Esta expresión se ha de entender en términos puramente espirituales. En lo esencial, significa el dominio de Dios hecho visible en el mundo. Tal dominio se manifiesta por evidencias concretas en vidas humanas. Hay que distinguirlo de la soberanía de Dios, que es más bien invisible y que por tanto se acepta por la fe a base de lo enseñado en las Escrituras.

El concepto del reino de Dios es la goma que pega toda la revelación divina en una unidad orgánica, desde el dominio del Creador en Edén por medio de sus instrucciones específicas (Génesis 2:16-17) hasta aquel momento en el que los reinos del mundo vengan a ser «de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 11:15).
Al crecer el árbol bíblico, aparecen continuamente nuevas ramas. Estas muestran de algún modo e1 desarrollo del reino de Dios en el mundo. Las ramas más significativas son las que están relacionadas con cuatro figuras claves – Abraham, Moisés, David, Cristo – y los pactos que hizo Dios con o por medio de ellos (Génesis 12:1-3; Éxodo 20-24; 2 S. 7, Salmo 89:3-4, 34-37; Lucas 22:20, Hebreos 9:11-15). Estos pactos representan distintas fases del plan divino de la salvación.

Si examinamos una bellota o un pimpollo, no podemos pronosticar exactamente cómo será el árbol maduro. Asimismo no es posible adivinar cómo terminará el reino de Dios leyendo (por ejemplo) la historia de Noé o de Moisés. Es preciso leer todo lo que sigue para entender correctamente lo tocante a Noé y Moisés a la luz de la revelación completa.

El crecimiento que se ve en el Antiguo Testamento continúa en el Nuevo Testamento. Además, el árbol no llega a la madurez en los cuatro evangelios. Sigue creciendo en él resto del Nuevo Testamento —especialmente en las cartas, que representan la cumbre teológica de la revelación divina. Por este motivo, las cartas son de importancia primordial si queremos entender la Biblia en su conjunto.

«Pedid por la paz de Jerusalén», dice el salmista (Salmo 122:6). «Traed todos los diezmos al alfolí», dice el profeta (Malaquías 3:10). ¿El Nuevo Testamento arroja luz sobre el significado de Jerusalén y nuestro uso del dinero, para que sepamos interpretar acertadamente estas exhortaciones del Antiguo Testamento?

En la Sección III de nuestro estudio contestaremos esta pregunta y algunas más en relación a Jerusalén y el diezmo. Nos ocuparemos de estas dos cuestiones desde distintos puntos de vista a fin de comprender el enfoque bíblico dentro de un marco muy amplio. Pensaremos también en otros temas bíblicos, con el mismo propósito.

10. La Biblia es Cristocéntrica

El Nuevo Testamento indica claramente que la Biblia es un libro Cristocéntrico. Si erramos en esto, erramos en todo.

Jesús mismo dijo a los judíos que las Escrituras del Antiguo Testamento daban testimonio de Él (Juan 5:39). Al principio de su ministerio llamó la atención sobre una Escritura específica que acababa de cumplirse en Él (Lucas 4:16-21). Dijo a sus discípulos que había venido para cumplir la ley y los profetas (Mateo 5:17).

Después de su resurrección, Jesús explicó a dos viajeros lo que de Él decían todas las Escrituras, «comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas» (Lucas 24:27). Más adelante en aquel mismo día, manifestó a un grupo de discípulos que «era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (Lucas 24:44).

Esto no significa que todo detalle del Antiguo Testamento se haya de interpretar cristológicamente. Si fuese así, algunas de nuestras conclusiones resultarían absurdas. Pero sí hay muchas «pistas» en el Antiguo Testamento que conducen a Cristo.

Según el apóstol Pedro, los profetas habían discernido que estaban prediciendo la gracia de Dios en Cristo (1 Pedro 1:10-12). El apóstol Pablo afirma que «todas las promesas de Dios son en él Sí…» (2 Corintios 1:20). Esta es una afirmación teológica de gran envergadura. Significa que todas las promesas del Antiguo Testamento se cumplen directa o indirectamente en Cristo.

Esta idea de «cumplimiento» se ha de entender de una manera muy amplia, porque Cristo es el foco de la Biblia entera. Todo culmina en Él. ¿Hay promesas en el Antiguo Testamento? ¿Hay profecías? Todas ellas se cumplen en o por medio de Cristo. Se puede decir lo mismo de los tipos del Antiguo Testamento, esas realidades físicas (personas, objetas, sucesos) que prefiguraron las realidades espirituales correspondientes en el Nuevo Testamento.

A la luz de estos hechos, no es de sorprender que d cumplimiento por Cristo en el Nuevo Testamento se exprese de muchas formas diversas. Esta diversidad se evidenciará a través de los ejemplos que se pondrán a continuación.

Cristo fue la simiente de Abraham (Gálatas 3:16). Cristo cumplió, de modo extraordinario, la profecía «De Egipto llamé a mi Hijo» (Oseas 11:1, Mateo 2:15). De acuerdo con la palabra profética, Cristo llevó tanto nuestras enfermedades como nuestros pecados (Isaías 53:4, 5, 12, Mateo 8:17, 1 P. 2:24). La resurrección de Cristo cumplió la promesa de Isaías «Os daré las misericordias fieles de David» (Isaías 5:59, Hechos 13:34). Cristo está sentado ahora en el trono de David en los cielos (2 Samuel 7:16, Salmo 132:11, Isaías 9:7, Lucas 1:32-33, Hechos 2:25-36).

Además, Cristo fue el Adán verdadero (Romanos 5:14), la pascua verdadera (1 Corintios 5:7), el maná verdadero Juan 6:25-58) y el templo verdadero Juan 2:18-22). Más sutilmente, los tres días que pasó Jonás en el vientre del pez prefiguraron los tres días que pasó Jesús en el corazón de la tierra Jon. 1:17, Mateo 12:40); y la prueba de Israel en el desierto prefiguró la prueba de Jesús siglos después en otro desierto con un fin mucho más elevado (Deuteronomio 8:1-18, Mateo 4:1-11).
Por supuesto, estos ejemplos comunican un mensaje de gran trascendencia en cuanto a lo cristocéntrico de la revelación bíblica. No obstante, por muy importantes que sean las evidencias textuales, son menos importantes que el fundamento teológico que las apoya.
La verdad teológica que forma la base de las interpretaciones cristocéntricas de los apóstoles es la siguiente: El propósito divino de establecer un reino eterno, que históricamente tuvo su origen en Edén y se desarrolló de diversas maneras a lo largo del Antiguo Testamento, se realiza y finalmente se consumará por el Rey de ese reino, Jesucristo. Así cumple Jesús el Antiguo Testamento en su totalidad. Esta convicción les permite a los apóstoles, bajo la dirección del Espíritu Santo, advertir a Cristo en donde nosotros nunca le habríamos visto.
El Antiguo Testamento prepara el terreno para Cristo tanto positiva como negativamente. Positivamente, contiene todos los «materiales de construcción» del reino de Dios: el hombre, el hijo de Dios, la salvación, sacerdocio y sacrificio, la monarquía, profecía, sabiduría…. Todos estos temas encuentran su expresión perfecta en Cristo.
Negativamente, estos «materiales de construcción» —mejor dicho, la encarnación humana de ellos— sufrieron invariablemente muchos defectos como consecuencia del pecado. Este hecho señaló la necesidad de otro reino en el futuro, un reino no manchado por estos defectos. Tal reino lo inauguraría Cristo. Lo haría siendo todo lo que sus predecesores habían dejado de ser.
El primer hombre fue un fracasado, a pesar de ser hijo de Dios (Génesis 3:1-7, Lucas 3:38). Posteriormente la nación de Israel vino a ser hijo de Dios (Éxodo 4:22), pero Israel fracasó también (Romanos 2:17-24). Por contraste, Cristo fue el hombre perfecto y el hijo perfecto (Hebreos 4:15, Mateo 3:17). Moisés, el primer líder y salvador de Israel, consiguió únicamente una salvación física (Éxodo 12-15); pero Cristo procuró una salvación perfecta y eterna (Hebreos 2:1-4, 5:8-9).
Los sacerdotes de Israel tuvieron que ofrecer sacrificios por sus propios pecados (Hebreos 7:27); y los sacrificios mismos nunca podían solucionar el problema del pecado (Hebreos 5:1-3, 10:1-4,11). Cristo, en cambio, fue el sacerdote perfecto —«santo, inocente, sin mancha»— e hizo d sacrificio perfecto ofreciéndose a sí mismo (Hebreos 7:23-27).
David, aun siendo varón conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22), estaba lejos de ser el rey perfecto (2 S. 11, 24). Lo fue Cristo, mediante su sacrificio perfecto (Fil. 2:5-11). Los mejores de los profetas sabían que eran pecadores (Isaías 6:5, Dan. 9:20); pero Cristo fue el profeta perfecto, a quien hay que oír (Mt. 17:5).
El hombre más sabio de Israel, Salomón, hizo «lo malo ante los ojos de Jehová» (1 R. 11:6). Su sabiduría no le impidió pecar. Cristo, siendo sin pecado y perfecto en todos sus oficios, pudo encarnar la sabiduría verdadera y final de Dios: «justificación, santificación y redención» (1 Corintios 1:30).

Conclusión y aplicación

Las diez características que hemos considerado forman un cuadro más o menos completo. No es fácil tenerlas todas en cuenta cuando leemos las Escrituras. Pero a medida que lo logremos, acertaremos con nuestras interpretaciones y usaremos la Biblia de una manera correcta.
Nos toca ahora poner un ejemplo para dar una idea de como se reúnen estas características en el estudio de un texto dado. Las aplicaremos a Isaías 30:21, que dice: «Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es d camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda». Seguiremos un orden diferente. Pero empezaremos por el punto que siempre ha de ser el primero: la Biblia es divina.
La profecía de Isaías fue una palabra divina para tiempos del profeta. También lo es para hoy. Es una palabra fidedigna que debe aplicarse a nuestra situación. Esta convicción crucial tiene que ser nuestro fundamento y punto de partida. De lo contrario, se perderá todo.
Una vez aceptada la autoridad infalible de la palabra profética, estamos en condiciones de analizar el texto. Si conocemos bien las Escrituras, sabremos tal vez que la frase «a la mano derecha… a la mano izquierda» aparece igualmente en los libros de Deuteronomio y Josué (Deuteronomio 5:32-33, 17:11-20, 28:14, Josué 1:7, 23:6). Puesto que la Biblia es autointerpretativa, conviene que busquemos estos versículos para averiguar su significado e interpretar Isaías 30:21 a la luz de ellos.

Al examinarlos, vemos que la frase en cuestión se emplea en el contexto de la obediencia a la ley de Moisés. Específicamente, Dios prohíbe la desviación de su ley «a diestra o a siniestra». Isaías sin duda está usando esta frase en el mismo sentido, ya que el cometido de los profetas fue principalmente recordar al pueblo las exigencias de la ley.

La profecía de Isaías radica en ciertas circunstancias contemporáneas. Por tanto hay que aplicar la tercera característica de la Biblia: es histórica. ¿Cuál era la situación histórica en aquel entonces?

Poco antes del año 700 los asirios amenazaban con invadir el país. El pueblo de Judá acudió a Egipto a pedir ayuda en vez de buscar a Dios (30:1-2).

Esta reacción infiel se explica por la situación interna de la nación. «Porque este pueblo es rebelde, hijos mentirosos, hijos que no quisieron oír la ley de Jehová; que dicen a… los profetas: No nos profeticéis lo recto…; dejad el camino,… quitad de nuestra presencia al Santo de Israel» (30:9-11).

El mensaje de los profetas se rechazaba, y los profetas mismos se habían escondido. Efectivamente los «maestros» habían sido quitados (30:20). Por consiguiente, el pueblo estaba en un vacío espiritual. No obstante, aunque el pueblo había hecho callar la voz profética, Dios en su misericordia intervendría (30:19-20).

Muchas secciones de la profecía de Isaías consisten en poesía hebrea; y aun en las porciones de prosa se usan imágenes que se pueden calificar de poéticas. Este es un factor humano que debemos tener presente. El lenguaje poético no se ha de interpretar de una manera literalista.

¿Qué quiere decir Isaías con la frase «Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra…»? Se trata de una imagen agrícola. Para comprenderla, hay que pensar en bueyes u otros animales que oyen «a sus espaldas» una voz humana que los dirige. Aplicación: al arrepentirse el pueblo, volverá a escuchar a sus «maestros» los profetas (30:20) y serán tan obedientes como animales guiados (30:22).

Este énfasis en la obediencia llama la atención sobre el contenido doctrinal del texto. Es evidente que Isaías 30:21 enseña un aspecto muy importante de la doctrina de la santificación. El fundamento de una vida santa es la obediencia a la ley de Dios.

Además, el pueblo de Dios ha de responder a la gracia divina separándose del mundo y confiando plenamente en el Señor. Pero los habitantes de Judá, al suprimir el ministerio docente de los profetas y recurrir a los egipcios, no manifestaban ni obediencia ni confianza en Dios.

Si queremos hacer justicia a Isaías 30, tenemos que considerar en un marco más amplio la situación que se describe en este capítulo. Hay que mirar hada atrás y, sobre todo, hacía adelante para ver la culminación escatológica de lo acontecido en tiempos de Isaías.

En el desarrollo de la historia redentora, que empieza en Génesis y llega a su clímax en Apocalipsis, la profecía de Isaías se encuentra aproximadamente hacia la mitad. Después del fracaso de Adán y sus consecuencias catastróficas, que culminaron en el diluvio y luego en la torre de Babel, Dios empezó de nuevo con Abraham. Abraham había de ser santo (Génesis 17:1) y sus descendientes físicos habían de ser «gente santa» (Éxodo 19:6).

La historia de Israel demuestra que no vivieron en conformidad con esta descripción. De aquí la queja de Isaías al principio de su profecía: «Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás» (Isaías 1:4).

Si Dios era «el Santo de Israel» (Isaías 30:11, 12, 15, etc.), su pueblo tenía que ser santo también (Lv. 19:1-2). Pero como produjeron únicamente fruto malo (Isaías 5:1-7) en vez del fruto de santidad, Dios los rechazó finalmente a favor de los que iban a producir buen fruto (Mateo 21:33-43).

Las cartas del Nuevo Testamento indican cómo se cumplió esto en la iglesia. El pueblo de Dios bajo el nuevo pacto es lo que Israel nunca fue: una «nación santa» (1 Pedro 2:9). Los que pertenecen a ella morarán eternamente en «la santa ciudad, la nueva Jerusalén», donde no habrá «ninguna cosa inmunda» (Apocalipsis 21:2, 27).

La perspectiva escatológica está estrechamente relacionada con la teológica, que se resume en la promesa divina «Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.» Al considerar esta promesa a la luz de la profecía de Isaías en su conjunto, vemos que tiene dos dimensiones.

Para Isaías, «mi pueblo» significaba a veces sus contemporáneos en la nación de Judá, que estaban bajo el juicio divino (Isaías 13, 3:12-15, 58:1). En otras ocasiones abarcaba todas las naciones con miras al futuro (Isaías 19:23-25, 40:1-5, 52:4-10, 53:8).

La promesa de Isaías 30:21 tiene su lugar dentro de este marco teológico. Fue dirigida a la nación rebelde y evocó una reacción positiva (Isaías 30:22). Pero no tuvo efecto duradero. Isaías fue esencialmente un profeta del futuro. Comprendía que «mi pueblo» consistiría a la larga en hombres y mujeres de todas las naciones, los descendientes espirituales del remanente piadoso.

¿De qué manera apunta Isaías 30 a Cristo? Si la Biblia es Cristocéntrica, ¿cómo lo expresa este pasaje? En términos generales, prepara el terreno para el Hijo perfecto de Dios (Mateo 3:17). Su vida intachable contrasta con la rebeldía que sale a luz en este capítulo, la rebeldía del hijo primogénito de Dios (Éxodo 4:22). Ese primer hijo estropeó el ideal divino; Cristo lo cumplió.

Más específicamente, la promesa de una palabra que dijera «Este es el camino…» prefiguró a Jesús en d sentido de que enseñaba infaliblemente el camino de Dios. Esto lo reconocieron incluso sus enemigos (Mt. 22:16). Además, era en su propia persona «el camino» (Juan 14:6).
Queda claro que el camino de que habla Isaías es el camino de santidad y obediencia. Este es básicamente el mensaje espiritual de Isaías 30.

La santidad y la obediencia tienen muchas ramificaciones. En este capítulo, que gira en torno del pecado de Judá al buscar la ayuda de una nación pagana, suponen «descanso y… reposo,… quietud y… confianza» (Isaías 30:15). En otras palabras, el pueblo había de rechazar soluciones humanas y descansar en Dios, estando seguro de que Él actuaría.
El mensaje espiritual de Isaías 30 es también práctico. El rumbo que tomaba el pueblo de Judá —hacia Egipto— conduciría a la ruina (Isaías 30:3-7). En cambio, el descanso y el reposo los llevarían a la salvación (Isaías 30:15). Serían librados de sus enemigos. ¡Muy práctico!

Mirándolo desde otro punto de vista, se puede decir que este capítulo nos instruye sobre la cuestión práctica de la seguridad. No había seguridad en Egipto (Isaías 30:5). La seguridad se encuentra únicamente en Dios: «bienaventurados todos los que confían en él» (Isaías 30:18).

 
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